La salvación en Cristo es un acto de gracia. Jesucristo, en la cruz, tomó el lugar del hombre pecador, porque solo una persona sin pecado tuvo que pagar por todos los pecados de la humanidad. El justo pagó por los injustos; el bueno fue muerto por los malos.

Esta verdad de salvación no puede ser ganada por méritos propios; no es una salvación por alguna obra humana realizada. Esta salvación es un acto de fe mediante la gracia inmerecida de parte de Dios para cada persona.

Sin embargo, para acceder a esta salvación, se requiere una conversión personal. Esta conversión consiste en la asimilación de dos cosas principales- el arrepentimiento y la fe.

  • El Arrepentimiento. Es necesario que una persona reconozca la magnitud de su pecado, que es un pecador perdido en sus delitos y pecados (Efesios 2:1). Este reconocimiento en su propia vida hará que mire la necesidad espiritual de su vida. El proceso de conocer su pecado no está solamente en el conocimiento de su maldad; sino, en el arrepentimiento genuino de su estado pecaminoso.
  • La Fe. Sobre la base de un arrepentimiento verdadero, la salvación es también un acto de fe. La fe en Cristo es creer que Jesucristo murió por mis pecados y que fue sepultado y que resucitó para darme vida eterna. Es creer que en la cruz Cristo quiere justificar al hombre declarándolo absuelto de toda culpabilidad de pecado. Es creer que en la cruz Cristo quiere redimir al hombre, comprándolo de un lugar de condenación con un precio muy alto que es su sangre. Es creer que en la cruz, Cristo quiere santificar al hombre, dándole una posición de santidad delante de Dios siendo un pecador.

La salvación en Cristo es una nueva vida, un nuevo nacimiento (Juan 3). El corazón de piedra del hombre es trasformado en un corazón de carne (Ezequiel 36:26). El corazón de piedra es duro, insensible a las cosas de Dios, mientras el corazón de carne es suave y tierno; es uno que quiere recibir y aprender. Este acto de gracia debe manifestarse a través de una vida transformada.

La conversión personal es un acto individual donde el hombre no tiene la capacidad o medios por sí mismo de salvarse; sino, más bien, arrepintiéndose de su pecado y creyendo en la suficiencia de la muerte de Jesús, la persona recibe la salvación de Cristo y es reconciliada a Dios.